En una grieta vertical de un viejo muro de piedra, tan discreta que podría pasar desapercibida, una pareja de abubillas (Upupa epops) ha establecido su nido. No hay un nido al uso, con ramas o musgo, sino un hueco profundo y austero donde la vida se abre paso en silencio, ajena al bullicio humano. Durante días, he observado desde una distancia respetuosa el ir y venir de los adultos: planean con precisión hasta la abertura, se aferran al muro con sus garras y alimentan a su cría en un ritual tan breve como fascinante. El adulto llega, introduce una presa con su pico curvo, responde al chillido hambriento de la cría y se desvanece en un instante, dejando tras de sí apenas un eco de su presencia.
Al prestar atención, emergen patrones sutiles. La frecuencia de las visitas varía: a veces cada pocos minutos, otras con pausas más largas. La cría, desde la penumbra del nido, asoma con el pico abierto, su impaciencia revelando tanto su hambre como su creciente vigor. Los adultos traen presas variadas —insectos grandes, larvas jugosas, incluso algún ciempiés—, que la cría devora con avidez. Las imágenes capturadas en distintos momentos muestran su progresión: cada día se aproxima más a la entrada, como si un instinto profundo la empujara hacia la luz, aunque aún depende por completo de sus padres.
El plumaje incipiente de la cría y su comportamiento sugieren que tiene entre 15 y 22 días de vida. A esta edad, las abubillas han reemplazado el plumón inicial por plumas más definidas, aunque carecen del contraste vibrante de los adultos, con su cresta anaranjada y alas rayadas en blanco y negro. Su creciente audacia al asomarse indica que la emancipación está cerca: entre los 25 y 28 días, las crías suelen abandonar el nido, un hito que marcará el fin de esta etapa de dependencia. Para los adultos, este periodo final es agotador; para la cría, un preludio a los desafíos del mundo exterior.
Contemplar este proceso íntimo —sin interferir— es un privilegio que trasciende lo meramente visual. No se trata solo de capturar una escena curiosa, sino de asomarse a un fragmento del ciclo natural que se despliega a nuestro alrededor, a menudo ignorado. En un simple muro de piedra, la abubilla transforma una grieta olvidada en un santuario temporal: un recordatorio de cómo la naturaleza encuentra siempre un lugar para florecer, incluso en los rincones más improbables.
El adulto se retira tras alimentar al polluelo; la cría aún asoma brevemente, esperando la siguiente visita. |
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© PacoTorres en Sant Adrià de Besòs . Fotos 2 de junio de 2025. Nikon P950
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